Por Florencia Palmeiro
Florencia Palmeiro comenta sobre lo escrito por Lisa Conyers en el tercer capítulo del libro “¿Auto-control o control del Estado? Vos decidís” en el marco del proyecto “Leyendo para la Libertad en Argentina” de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual junto a Atlas Network.
“¿Qué sucede con la búsqueda de la felicidad cuando esa búsqueda está dictada en gran medida por imperativos burocráticos?” (T. G. Palmer, 2016). En su ensayo “La vida en el Estado Niñera: cómo la asistencia social impacta sobre aquellos que la reciben”, Lisa Conyers, con la colaboración de Phil Harvey, apunta a resolver precisamente esto mediante una estrecha relación con los principios de la libertad,
A través de las páginas del tercer capítulo del libro “¿Auto control o control del Estado? Vos decidís” que está siendo traducido al castellano por la Fundación para la Responsabilidad Intelectual, la autora nos lleva por un recorrido en el que investiga sobre el funcionamiento y las consecuencias de las políticas de asistencia social y las implicancias que estas tienen sobre el bienestar y la libertad de los beneficiarios.
Lisa Conyers nos comenta el surgimiento de estas políticas cuyo objetivo es “solucionar la pobreza”. En Estados Unidos, en 1965, durante la presidencia de Johnson, se aplicaron las primeras medidas de la denominada “Guerra contra la pobreza”, donde se determinó quién resultaba pobre y quién no para poder brindar asistencia.
Luego, en 2008 se aprobó una ley que extendía dichos beneficios a más población, resultando en que “los programas de asistencia social de Estados Unidos ahora sirven no solo a los pobres, sino también a la clase media” (Conyers, 2016).
A pesar de esto, ya desde las primeras aplicaciones del modelo, la ineficiencia de los programas comenzaba a causar controversia y demostrar ineficiencia, pues la tasa de pobreza no hacía (ni hace) más que mantenerse relativamente plana y constante (véase Gráfico 1).
Lamentablemente, entre las consecuencias más recurrentes, encontramos que, debido a esta misma determinación de una línea de pobreza como condicionamiento para volverse beneficiario de los programas en cuestión, se torna necesario verse despojado de bienes y en una situación de pura necesidad.
Ciertamente esto genera una variedad de repercusiones en los comportamientos de dichas personas, entre ellos, un fuerte incentivo a desenvolverse en una economía informal y, básicamente, a seguir siendo pobre. Esto impide precisamente lo que el programa propone alentar, una fácil transición para salir de la situación de carencia.
Además, no debemos olvidar el aspecto emocional de los beneficiarios de dichas políticas. Sin contar con los procesos demandantes, complejos y tediosos por los que deben pasar los individuos para obtener o mantener los beneficios, desde ya que sobrellevar la vida con los riesgos que implica cualquier tipo de progreso económico y personal, y vivir bajo el constante control ajeno tiene un fuerte efecto sobre estas personas, su felicidad y su libertad, que sufren por otro lado el constante prejuicio social.
Desgraciadamente se puede establecer un paralelismo con la Argentina de manera muy sencilla. Desde las burocracias sin rostro, hasta las grandes inversiones en bienestar social y las dependencias que se generan para sostener dichos programas, pero, además de esto, encontramos una adición de vital importancia: la frágil economía nacional. Para ser más precisos, si bien al igual que en Estados Unidos podemos observar un aumento en el dinero destinado al área pública, en el que las políticas sociales están por supuesto incluidas (véase Gráfico 2), debemos recordar la constante inestabilidad y vulnerabilidad de la realidad económica argentina (véase Gráfico 3) y lo que esto implica.
Considerando la incongruencia que refiere la relación entre estos dos datos, cabe adicionar que dichas políticas, según informan los resultados de tasa de pobreza e indigencia y desempleo, no están surtiendo el efecto deseado (véase Gráfico 4 y 5).
A modo de conclusión podemos notar la falta de coherencia a la hora de crear estas políticas públicas en pos del bienestar social, no solo por la invertida relación entre el gasto destinado a las mismas y los efectos reales sobre la situación de la población, sino por las consecuencias sobre las libertades individuales, la autosuficiencia y, finalmente, la felicidad.