Que el Estado no regule no significa -ni mucho menos- que no existan reglas, orden ni normas

Por Iván Orellana

El autor analiza los conceptos vertidos por Philip Booth y Stephen Davies en el ensayo titulado “Rules and order without the State”Es el séptimo capítulo del libr“¿Auto-control o control del Estado? Vos decidís” en el marco del proyecto “Leyendo por la Libertad en Argentina” de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual junto a Atlas Network.

La mente humana está entrenada para ver patrones y utilizar “shortcuts” de forma tal que se nos haga más simple la interpretación del mundo y de lo que nos rodea. Sin embargo, muchas veces esas asociaciones no son correctas, y una de ellas es el concepto de que “si algo no tiene regulación estatal” ello implica que “no está regulado”.

En el ensayo titulado “Rules and Order without the State” (Reglas y Orden sin el Estado) los autores, Philip Booth y Stephen Davies, buscan ilustrarnos acerca de esto: según ellos, se repite sin cesar que todo tipo de actividad económica debe estar regulada.

Más allá de que esto no debería ser así y que la historia económica lo demuestra una y otra vez, jamás se hace la pregunta de segundo orden que es ¿quién debe ser el regulador?

Usualmente se asume que la regulación debe ser impuesta por una institución estatal y eso nos lleva a una dicotomía entre dos alternativas: regulación estatal o “ninguna regulación”.

Ahora bien, cabe aclarar qué es una regulación. Para el “saber popular”, citando a los autores, “las regulaciones son reglas codificadas que están escritas, son completas, explícitas y detalladas. Cualquier cosa menos que eso, se nos ha dicho, es una falla de la regulación o su completa ausencia”.

Entonces, lo que termina ocurriendo es que se asume erróneamente que, si hay reglas, tiene que haber una institución reguladora. Sin regulador, no hay reglas, y eso conlleva a un caos y un descontrol que es nocivo para todos. Bueno… eso es lo que dice el Estado, que buscará siempre y en todo lugar meter sus narices para poder controlar y -más importante aún para ellos- hacernos tributar.

Pero esto no es cierto. La dicotomía de regulación estatal o no regulación es una falsa dicotomía, y la historia económica nos muestra alternativas en que la regulación no siempre ha seguido reglas escritas, codificadas, uniformes y exhaustivas.

Todos los mercados están regulados, en el sentido de que hay reglas que los gobiernan. No es correcta la idea de que sólo el Estado puede proveer las reglas.

Muchas veces, es el mismo mercado el que termina “castigando” a instituciones que no se controlan a sí mismas. Hay un sinfín de casos en el mundo actual que podríamos llegar a observar: empresas con escándalos de corrupción que no tienen el buen visto de la sociedad… empresas que son muy contaminantes y se genera un ‘boicot’ espontáneo de la sociedad ya que no quieren apoyar a esa empresa en particular… o como puede también ocurrir en el mundo bancario y de las finanzas, caso puntual en el que los autores hacen muchísimo hincapié y que personalmente me resulta el más interesante.

Nos centraremos puntualmente en el Reino Unido:

Con el advenimiento de la crisis del 2007-2008 en finanzas, miles de páginas de reglamentaciones fueron escritas y promulgadas. Solo en el 2011, se crearon en todo el mundo unas 14.200 regulaciones financieras. Pero esta tendencia estaba en marcha mucho antes de la crisis financiera. Como nos dicen los autores, “a menudo se afirma que hubo un período de desregulación antes del colapso financiero y que el colapso fue la consecuencia de la desregulación”. Pero sabemos que esto no es así, y que no sólo en el Reino Unido, sino también en los Estados Unidos, el Estado incentivaba a tomar prácticas financieras más arriesgadas que tal vez los bancos no querían tomar, tales como otorgar préstamos a gente con un credit score mediocre o suscribir préstamos riesgosos. El regulador estatal no solo no evitó la crisis, sino que la exacerbó.

La evidencia suele ser clara en el sentido de que la regulación estatal no es exitosa, y por lo general se desprecia el papel que pueden jugar las instituciones regulatorias privadas, especialmente en los mercados financieros. De hecho, hasta hace muy poco, el Reino Unido tenía un gran y próspero sistema financiero con muy poca regulación gubernamental. Al día de hoy, está penado con prisión a cualquier persona que se atreva a ofrecer asesoramiento financiero sin autorización del regulador estatal.

La escasa regulación gubernamental frente a los bancos o empresas aseguradoras duró hasta la década de 1980. Ahora tenemos en cambio la regulación del capital bancario internacional, de la Unión Europea, y nacional. Se le requiere a los bancos tener cierto grado de capitalización determinado para reducir su probabilidad de quiebra.

Algo -en mi opinión- absurdo, ya que, si uno es dueño de un banco, será cuidadoso para evitar quebrar porque me quedaría sin negocio, ¿no? Bueno, pues los reguladores estatales no lo ven así.

En muchísimas áreas de la vida económica, las personas regulan sus propias conductas porque enfrentan las consecuencias adversas de sus acciones imprudentes. Los bancos no siempre han tenido el respaldo absoluto de los bancos centrales como hemos visto en la crisis del 2008. Dado que no tenían respaldo, operaban de una forma más cuidadosa. De hecho, por citar un ejemplo de cómo el Estado muchas veces empeora el problema, tras la segunda Guerra Mundial, los bancos no estaban bien capitalizados y el Banco de Inglaterra les impidió capitalizarse.

Lo importante a remarcar aquí es que las personas se comportan de una manera más responsable cuando ellas mismas son quienes sufren las consecuencias de sus propias decisiones. Y fue así durante la mayor parte de la historia financiera del Reino Unido hasta 1980. Entre 1870 y 1979 no hubo grandes crisis bancarias en el Reino Unido. Los mecanismos reguladores no estatales funcionaban bien. Fue solo luego, cuando los gobiernos comenzaron a participar en las regulaciones que el sistema se volvió más frágil y más irresponsable.

No obstante, todavía subsisten un número de instituciones no estatales dentro de los mercados financieros como la Asociación Internacional de Swaps y Derivados (ISDA) o el Mercado de Inversiones Alternativas (AIM). Inclusive, en el Reino Unido, el comercio de valores estaba regulado por la bolsa de valores, una institución privada sin casi ninguna participación del Estado hasta 1986. Parece que se nos ha incrustado en la cabeza la idea de que los mercados financieros deben estar regulados por el Estado, pero esto no fue así hasta no hace mucho tiempo.

La historia nos demuestra una y otra vez que las instituciones estatales de regulación no solo no evitan las crisis, sino que muchas veces también las empeoran. La regulación no proviene solamente de instituciones estatales. Puede venir de instituciones privadas, o incluso puede no venir de instituciones formales. Siempre y cuando los participantes de estos mercados financieros sean responsables de su propio accionar, habrá una lógica autorregulación, como ocurre en muchísimos otros ámbitos de la vida. Las reglas surgen espontáneamente de los esfuerzos de las personas por lograr sus objetivos en cooperación con los demás.

Es por eso que -en mi opinión- el rol del Estado debe ser reducido a su mínima expresión. Debe dejar que los acontecimientos ocurran espontáneamente. Es así como se logra el progreso: con reglas de juego claras y cooperación social. Dado el marco del Estado de Derecho, se debe dejar a las personas ejercer su propio autocontrol y que sean responsables de las decisiones que toman. Esto ha funcionado en el pasado, y funcionará en el futuro. Algunas cosas nunca cambian, y es una gran noticia que esto así sea.

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